31 días sin él y contando. Su mente lo hace inconscientemente,
cada noche se añade una marca en la pared. Cada marca indica un abrazo menos
que podría haber recibido, un recuerdo más que por mucho que lo intente el
olvido no va a conseguir llevarse.
Ella sigue volando, solo para chocar con el muro que le impide volver a él cada vez que las alas se hacen más grandes. Ese vuelo es una tortura, a la vez que un regalo; saborea los buenos momentos con dulzura pero no puede evitar la armargura que le transmiten los malos.
Y le parece que fue ayer cuando llovía, ayer cuando vivieron el adiós que su historia de amor estaba dispuesto a relatar. Fue hace unos momentos cuando él le apretaba la mano asegurando que las cenizas nunca serían llevadas por el viento, aunque la llama se apagara. Ella le creyó en ese instante y jamás dejará de hacerlo.
Cada paso que ella da se aleja de aquel relato, pero su corazón no permite que nadie más se acerce; le sigue perteneciendo a él, y ha creado una pared para que nadie más pueda entrar.
Sus mañanas son un lamento por tener que andar sin llegar hasta sus brazos, un momento de melancolía por ver los coches pasar y no ver su cara en la ventana.
Pasarán horas, días y semanas y puede que los ladrillos que
protegen su corazón se caigan poco a poco, pero en la pared al lado de su cama
se seguirán añadiendo marcas. Y quién sabe, alomejor una sonrisa de vez en
cuando.