Respiro el aire pegajoso que viaja por el tren. Mis
pensamientos y asombros van a su lado. Veo gente entrar y salir constantemente,
gente con diferentes historias, mentes, años, colores, miradas en sus rostros
que muestran desesperación, emoción, libertad, estrés, felicidad, tristeza...
Cada persona que se sienta a mi lado deja algo, una palabra, una sonrisa, un
paso.
El tren llega a mi parada y salgo, anhelando ver lo que hay fuera, deseando dibujar un mapa en mi mente de las calles en las que no he andado, las luces verdes que me animan a seguir adelante, los edificios colosales reflejando el humor del cielo, hoy está esperando ver nuevas aventuras comenzar.
La primera cosa que veo es un árbol con hojas verdes que están a punto de ser pintadas marrón por el otoño. No es un árbol solitario, tiene otros haciéndole compañía en esta avenida. Estos árboles viviendo en la ciudad del viento están siendo protegidos por construcciones poderosas a sus lados, puertas coloridas que están esperando a ser abiertas, luces que tienen que esperar hasta que sea su hora de brillar.
Sigo andando y veo cámaras, llevadas por su obsesión de querer congelar cada minuto, pero lo entiendo. Hay algo en la forma y tonos de esta única ciudad que me hace querer capturarlo todo, recordar cada sitio por el que mis pies han andado y cada escena que mis ojos quieren pintar con todos los matices que esta vista ofrece.
Un dulce olor llega hasta mí y casi lo puedo saborear en mi boca, el sabor de muchos tipos de comidas, que vienen desde puntos opuestos del mundo. Diversidad, esa es la palabra que se posa delante de mí cuando pienso en la historia de esta ciudad. Gente distinta que de algún modo han acabado, o están empezando, vida en este laberinto sinfín, hablando en su propio idioma y esperando a que su corazón este completo.
Mis pies están siguiendo por sí mismos y saben a dónde van aunque se sientan perdidos. Entonces llegan al río y paran. Ahora es mi corazón el que guía y está lleno de euforia al contemplar el agua que discurre, con su color cristalino y música relajante.
Esquivando tiempo y luz no puedo evitar pero pararme de vez en cuando, en un parque para mirarme en ese símbolo, sabiendo que hay un antes y un después en todo esto, en una esquina envuelta con el olor a café y libros viejos que viven dentro de una biblioteca, en una ventana en la que hay una foto de una manta blanca cubriendo todo y pienso que no puedo esperar a ver este ambiente colorado con un blanco puro.
Entonces, sin darme cuanta llego al final, a el lago. El lago que de alguna manera hizo un agujero en los planos y decidió ser parte del norte. Le da el equilibro perfecto a este sitio concurrido, regalando paz y totalidad.
El sol me dice que es hora de irme y me siento completa, sabiendo que me estoy enamorando poquito a poquito. Enamorando de Chicago.