Un deja vú. Tres pares de ojos corriendo en el agua en el cuarto del mes. El reloj en el olvido y el calor acechándose en la noche. Parece ser que nada ha cambiado, que los adolescentes son los mismos y el mes que comienza contará la misma historia. Pero no es así. Ahora el calendario marca la otra fecha y la playa no está desierta.
Los pies blancos se adelantan al agua, seguidos por los dos morenos. Sus cuerpos salpican en el agua mientras la luna les saluda con un color rojo. Se caen al lago y se levantan cuando la tranquilidad desaparece. Las cervezas les esperan junto al deseo de ser jóvenes para siempre. Con la ropa mojada pegada al cuerpo brindan por el presente y mirando al futuro se abrazan.
Los jóvenes andan hasta que el camino se desvanece y atrapan la noche entre bailes y caídas. Ellos ríen sin parar y ella sonríe, dándose cuenta de lo preciado que es el soporte de un par de personas. El cuatro de julio brilla en sus mejillas rojizas cuando saltan por las calles de la ciudad del viento.
Sus miedos se desvanecen y su valentía se acerca con las hojas de los árboles. Se dejan llevar y sin darse cuenta están quietos, pensando en qué aventura hacerse presente.
Celebran la independencia, pero no la de América, sino la suya contra el destino.