Nos vimos como extraños en un jardín lleno de rosas. Nuestras miradas bailaron con el color de la primavera mientras nuestras manos rozaban las espinas. Arrancaste una rosa y me la diste mientras tus labios susurraban la pregunta de mi nombre. Nunca conseguiste la respuesta, porque las espinas de tu flor se me hundieron en los dedos y me puse a correr.
Nos encotramos frente al agua del anochecer. El sol que caia llorando nos observó mientras hablabamos sin palabras y nuestros sentiemientos acariciaban la arena. Tire una piedra al agua para distraer el pasado hasta el fondo del eterno oceano. Nunca me tocaste la cara para quitarme el frio de las ocho, porque tus pies se habian hundido en la arena junto a las cartas de aquel adios.
Nos cruzamos entre la multitud de la ciudad. Te observé mientras mirabas la hora y me giré antes de poder ver el tiempo perdido pensando en ti en tu reloj. Seguí hacia la acera contraria, como hice esa mañana sin nubes. Pero esta vez no me seguiste para convencerme que las siguientes veces que llamarías a mi puerta sería sin lluvia.
Nos deseamos cuando el calendario se acabó y caimos rotos a lados opuestos del campo.