Había escuchado su nombre; historias sobre sus duras pisadas y
batallas rechazadas. Nunca había aceptado realmente que vendría a por mí;
esperaba quedarme escondida en el parque para siempre, sin preocuparme por sus
andaduras o víctimas. Ellos decían que no entiende de piedad o paciencia,
siempre llevando a cabo su objetivo. Yo no me lo creía.
Hasta que, un día, vino a por mí.
Entro como un huracán sin aviso, destrozando la puerta y poniendo
los muebles patas arriba. Apagó las luces y me dejó en la oscuridad. No me he
visto a mi misma desde ese día. Me quitó mi ciega libertad, sin dejar que me
quedara atada más tiempo. Me hizo querer correr, huir hacía el bosque, donde
otra persona tenía la antorcha que guiaba. Me enseñó a enfrentarme a mis
miedos, pero nunca quiso mostrarme como enfrentarme a su presencia. Serpenteó
hasta el fondo de mi mente, siempre teniendo un dicho en mis palabras,
retorciéndolas hasta que ya no podía hablar. Me hizo elegir. Se hizo permanente
en mis días, y su tatuaje hincado en mi piel. El tatuaje dice su nombre, una
palabra compuesta de seis letras y colores ansiosos. "Futuro" lee mi
brazo.