domingo, 24 de agosto de 2014

Infinito

Dicen que cuando tienes dieciséis años tienes libertad sin ningún fin, te enamoras como nunca antes, tienes el mundo a tus pies y estas volando. No sé si eso es verdad para todos, pero si lo fue para mí.

Cuando eres demasiado pequeña para saber sobre qué trata la vida pero demasiado mayor para cuestionar todo lo que te rodea, has llegado al punto de tu vida en el que sabes en que persona quieres convertirte. Has evolucionado a la mejor versión de ti mismo y sabes que camino quieres coger. Hay flores en los lados del camino, cada una con su propio color y aroma. Los amigos son flores en el jardín de la vida y cada una te da algo completamente diferente.

Tu corazón se expande y no puedes respirar otra cosa menos amor. Amor por tus padres, que te han dado la luz para ver en la oscuridad que hay durante el trayecto y han sostenido tus trozos rotos para luego volverlos a juntar. Amor por tu mejor amiga, esa persona que te conoce por dentro y fuera y te sigue queriendo, esa persona que ríe cuando nadie más lo hace y quien te seca las lágrimas, tu otra mitad. Amor por la música que late por tus venas y te hace sentir viva, ese ritmo que te ayude a seguir corriendo. Amor por esas palabras impresas en tu libro favorito, esa magia que te ha hecho ver diferentes puntos de vista. Y amor por ese chico con ojos marrones y sonrisa sincera. El primer amor que siempre recordaras como el único que te hizo ser grande cuando pensabas que eras pequeña. El, que te sujetó en sus brazos y te hizo creer en el amor verdadero.

Ahora, un día antes de que esta año revelador acabe, miro cada momento durante estos 365 días y sé que he tenido el mejor año de mi vida. Por ahora. Una nueva aventura está a punto de comenzar.