Entre las nubes me siento grande. Entre el azul del cielo y el poder del viento puedo volar hasta mi destino. Me muevo entre las alturas y observo lo pequeños que se ven los problemas desde arriba, y lo grandioso que es el seguir adelante cada vez que sale el sol. El corazón me late en el pecho con fuerza cuando las palmeras se hacen más grandes y el mar se acerca.
Con el pelo suelto, una sonrisa en la cara y un libro en la mano llego hasta la orilla más lejana, aquella a la que pocos van. En esa orilla, respirando el olor a agua salada, me vuelvo a encontrar. A pesar de haber estado perdida en los caminos de la arena, he descubierto rocas preciosas, conchas rotas en las que nadie se fija pero no cortan si se cojen con cuidado, y pequeñas metas que me han ayudado a llegar al mar. Las olas me rugen y me salpican, pero no me asustan. Al contrario, disfruto de cada gota que me rocía la cara; cada una de ellas me da fuerza para aguantar la siguiente tormenta, me transmite la alegría de haber descubierto lo que es el tiempo, ese concepto ambíguo y cambiante que todo dirige y nada delata.