jueves, 8 de octubre de 2015

Espejo

Hablando con el espejo, me dije que nunca más buscaría las flores entre las espinas. Observando mis ojos, prometí a mi mirada no ver finales felices donde no los hay. Mirando mis labios rosados, formulé las palabras "la felicidad no se busca." Y viendo mis hombros moverse al respirar, suspiré en alto "ella aparece cuando todo está perdido y el cielo está gris."

Giré la cabeza y miré por la ventana; el cielo no estaba gris, sino rosa. Me acercé al borde de madera y olí el otoño en el viento. Apoyé mi cuello en el borde del marco de la ventana y vi las ojas caer. Todo cae, incluso las personas. Pero como las hojas de octubre, las personas caen y están rodeadas de colores, que poco a poco se mezclan con los días y se convierten en el precioso mantel que cubre las mañanas.


El cielo rosado estaba oscureciendo, pero no me daba miedo enfrentarme a la noche. Cerré los ojos y escuché los sonidos del pequeño barrio en medio de la ciudad. Con cada pisada, ladrido y rueda que sonaba junto al viento, me adrentré en una monotonía llena de simpleza. Mi mente se fue de la esquina con el espejo y se llegó a el final de aquel libro que no acaba con campanas y besos, si no con la realización que la vida se mueve con precisión, y nos da felicidad y tristeza a la vez, para regalarlos el don de caernos y levantarnos.