miércoles, 22 de julio de 2015

18 de julio

Las luces se apagaron y mi corazón se encendió. El compás empezó con un ritmo suave, provocando que la letra saltara más alto. Los gritos empezaron cuando tus ojos azules se hicieron presentes en el centro del estadio y las manos volaron cuando las primeras palabras de la canción se metieron entre la gente.

Estaba maravillada, agradeciendo mi suerte por llevarme hasta ver tu preciosa sonrisa cuando viste tus sueños hechos realidad. Miraste a los cincuenta y cinco mil pares de ojos mirándote de vuelta y te diste cuenta que todos se habían reunido contigo para ver sus sueños hechos realidad también.

Estaba asustada de no poder capturar cada segundo en mi memoria. Memoricé la forma en la que tu voz subía y bajaba a la misma vez que tus bailarines movían sus pies acorde con tu humor. Las canciones crecieron, como lo hizo mi emoción de escuchar mi vida puesta en palabras en un concierto.

Estaba enamorada de las estrellas que decidieron verme convertida en la mejor versión de mi misma junto a ti. Cantaron junto a lo nuevo y cuando lo viejo apareció, la luna fue la guía; cogiste la guitarra y exploraste la línea del tiempo.

Estaba llorando, dándome cuenta que habías estado a mi lado cuando nadie más lo había estado y que tus palabras estarían tatuadas en mi piel en los días buenos y los malos. Y en esos días malos, tu melodía estaría allí para salvarme, como lo hizo esa noche del 18 de julio.

Estaba inspirada por tu determinación de hacernos felices y queridos. Bailé junto a lo rápido y balanceé junto a lo lento mientras tu voz angélica envolvía a la audiencia en alegría.

Estaba limpia de todas mis preocupaciones en mi cabeza después de meses de estar capturada en mi propia mente. Tu piano resucitó mi autoestima y me aseguró no volverla a dejarla al fondo. La vieja canción country me recordó el pasado y me ayudó a ver las fotografías en una luz renovada.

Estaba agradecida por tenerte como mi luz. Te amo, Taylor.

viernes, 17 de julio de 2015

Si pudiera

El calor de verano se me pega a la piel, la libertad de los últimos días de junio penetra mi mente, y las palabras deseando escapar se derriten en mi boca. Intento marcar lo que siento en las páginas de mi nueva vida, pero el miedo de no sorprender me evita el seguir con el bolígrafo en la mano. La historia remetida entre las sábanas de la ficción no quiere levantarse y vestirse de tinta. Solo quiere quedarse metida en la cama, sin ser nada pero tampoco sin ser olvidada. La grito que salga, que aparezca por mi puerta y me inspire a empezar mis sueños, pero parece estar sorda. El calor de verano pegado a mi piel no me ayuda a insistir.

Quiero estar en el centro del campo, no mirando desde el banquillo como mis sueños pierden contra la desilusión. Me siento incapaz de ser lo suficientemente buena como para conseguir el trofeo y ver a personas sujetando hojas con mi nombre. Me encuentro perdida entre querer contar relatos y desaparecer completamente de la escritura. La última opción me asusta, porque significaría dejarme llevar por lo establecido y no creer en mi misma. Sé que tengo tener valor y una mente abierta para llegar a mi punto fuerte.

El sonido del tiempo sin horas me distrae y me evita concentrarme en lo realmente importante. Pantallas, historias de amor irreales y tonterías se convierten en mis mañanas y la vagueza se convierte en mis tardes. La rutina de la novedad me congela y nunca me deja estar sentada prestándole atención a mi imaginación.

domingo, 5 de julio de 2015

4 de julio

Un deja vú. Tres pares de ojos corriendo en el agua en el cuarto del mes. El reloj en el olvido y el calor acechándose en la noche. Parece ser que nada ha cambiado, que los adolescentes son los mismos y el mes que comienza contará la misma historia. Pero no es así. Ahora el calendario marca la otra fecha y la playa no está desierta.

Los pies blancos se adelantan al agua, seguidos por los dos morenos. Sus cuerpos salpican en el agua mientras la luna les saluda con un color rojo. Se caen al lago y se levantan cuando la tranquilidad desaparece. Las cervezas les esperan junto al deseo de ser jóvenes para siempre. Con la ropa mojada pegada al cuerpo brindan por el presente y mirando al futuro se abrazan.

Los jóvenes andan hasta que el camino se desvanece y atrapan la noche entre bailes y caídas. Ellos ríen sin parar y ella sonríe, dándose cuenta de lo preciado que es el soporte de un par de personas. El cuatro de julio brilla en sus mejillas rojizas cuando saltan por las calles de la ciudad del viento.

Sus miedos se desvanecen y su valentía se acerca con las hojas de los árboles. Se dejan llevar y sin darse  cuenta están quietos, pensando en qué aventura hacerse presente.


Celebran la independencia, pero no la de América, sino la suya contra el destino.