Las pisadas de la noche se acercan, con un respiro profundo avocado por mis polmunes con cada paso. El sonido de la puerta abriéndose penetra mis odios y escucho como la otra puerta por la que acabo de entrar a esta habitación laberinto se cierra con un portazo que resuena en mis dedos. Estoy a ciegas, mis manos me guían acariciando las paredes, las que de vez en cuando me malciden con un clavo torcido que deja marca en mi piel. Todas las marcas perecerán, lo sé, pero no dejaré que paren mi camino hasta alcanzar la puerta en la penumbre oscuridad. E incluso cuando haya atravesado el portal, sin saber lo que hay al otro lado, no pararé.
Mis respiros cada vez se hacen más prominentes en el largo pasillo y mis pies se casan de andar, quejándose del sin parar. Pero no paro, la reccompensa me lo evita. Ésta me transmite nueva esperanza con cada latido, fundiendo en mis venas el deseo de ver el sol sin preocupaciones. El sol que me llenará la visión de calor, empujando la ansiedad fuera de mi vista.
Mis manos por fin sienten el viejo pomo rozar las escamas de los dedos.