Lo primero que escucho es el crack del
cielo, como un trueno que rompe en la noche. Mi corazón no lo nota, pero mis
ojos se han vuelto hacia arriba. Y no se creen lo que están viendo.
Observan como las nubes se caen, pero
no junto a la lluvia, en esta tarde de invierno se desploman hacia el suelo,
dejando un negro infinito detrás de ellas. Miento si digo que no tengo miedo,
porque mis manos se han quedado quietas mientras mi mente me grita que corra,
escondiéndome debajo del primero techo para no ver la oscuridad. Cuando mis
pies reaccionan me doy cuenta que no tengo a donde ir, estoy en miedo del hielo
y la niebla que acompaña a las nubes decaídas me ha aprisionado.
Estoy sola, ya que las nubes no me
protegen de lo eterno, lo incalculable, lo inesperado. Estoy atrapada, entre la
perdición en un desierto blanco y la confusión de mi soledad, Estoy asustada,
sin saber cuánto tiempo aguantare sin luz. Estoy descubierta, sin un techo dispuesto
a cubrirme.
Cuando la monotonía parece ser la
única presente a mi lado, aparece una estrella solitaria en el cielo. La
estrella dorada empieza a cantar y reúne a sus compañeras. Las estrofas de su
melodía dicen que el cielo se ha caído porque ya no lo necesito, porque ya
puedo andar siendo mi propia guía en el camino. No necesito ver a donde voy,
sino solo deslizarme con la niebla, confiando en el rumbo que mis pies siguen.