Vi como el papel se quemaba con el fuego de enero, las llamas se llevaron esos cuatro números a su cajón de promesas. El cajón está lleno de algunos retos concluidos y otros fragmentados. Me quede anonada frente a la chimenea, con la intención de que el cajón jamás recibiera ningún fragmento más. Me acuerdo de las chispas de cambio en el cielo índigo y de las lágrimas de las estrellas. De qué manera los minutos se hicieron notar, con un recuerdo con cada campanada.
Enero me abrió los brazos con júbilo, convirtiéndose en el abrigo para el final del invierno. Caminamos juntos parafraseando las frases de lo esperado, agradeciendo el suspiro del catorce al final del calendario. Caminamos hasta se despidió presentándome a febrero. Febrero, vestido de rosa y con una cámara en la mano, me ayudo a comenzar el álbum de fotos junto a mi corazón. Me retrato con sonrisas a los flancos y manos entrelazadas. Ahora, mis manos rozan las fotos retornando a ese momento.
Febrero desapareció sigilosamente y Marzo vino a mi encuentro. El sabio marzo, me enseno a sujetar lo valioso y que lo valioso no es un objeto, sino una palabra repetida, una mirada entre los árboles y una sinfonía retenida. Abril me llamo a la puerta sin aviso y se tropezó al entrar, como si no supiera como entrelazar su rumbo y el mío. Su primera mirada fue gélida, impasible, un par de ojos que nunca me dejaran la mente. Tan rápido como me había congelado, me socorrió y sus ojos se volvieron azules, como el agua del río que me llevo a ver y sus dientes blancos, como las nubes que sobrevolé. Suavemente me guio hasta Mayo, quien me esperaba en una roca, contemplando como las flores nacían de los árboles. En esa roca charlamos de amor y de su pieza en el puzzle.
Junio solo me rozó, aunque fue un roce tan fuerte que me quito el aliento, olvidando a donde era que estaba dirigida. Julio me desenvolvió, me hizo creer que no somos más que actos en medio de gestos y que el sol nos necesita tanto como nosotros a él. Agosto me arrancó del lado de Julio y me llevó lejos, muy lejos. Sin embargo, antes me dejó envolver las alusiones y ponerlas un lazo. Fue rápido, pero no obstante destacó.
A Septiembre le costó acercarse, con su timidez viajando a su espalda. Cuando llegó me transporto a otro mundo, a gestos desconocidos entre el blanco y verde. Me dijo a lo bajo que sus próximos me harían correr y saltar en este sitio. No mintió, Octubre me envolvió con su fuerza y me plantó el futuro en el camino. Fue frio, pero no tanto como Noviembre. Chocolate caliente y caras nuevas vinieron con la tormenta y se hicieron presentes en la nieve del mes once. Antes de lo esperado, sin aviso, Diciembre se acercó y me abrazó, dispuesto a acabar este año habiendo dejado marca en mi piel. Junto a su aliento a canela y mirada verde y roja, escribo otro papel mientras el pequeño fuego crece.