Me acuerdo de aquella noche de invierno. El
viento estaba silbando la canción de la película de terror que rondaba en mi
cabeza. Mis ojos estaban abiertos, intentando descifrar el significado de la
sombra en el techo. Pero no lo conseguían. A fuera de las cuatro paredes de mi
habitación el silbido crecía al acariciar los árboles. Las imágenes azules de
la película crecían en intensidad junto al silbido, cada vez teniendo más
presencia en mis pensamientos.
Recuerdo dar vueltas entre las sábanas cuando
la imagen del bosque apareció entre las otras. Intenté encontrar una posición
en la cama que me hiciera sentir a salvo. Pero la chica andando
perdida entre los árboles, chillando por no encontrar su camino, hizo que cada
parte de mi cuerpo sintiera frío y que mi cama se asimilara a las rocas entre
el barro de aquella escena. Cerré los ojos y me tape los oídos con la intención
de bloquear los horrores. El viento pareció saber mis deseos y los contradijo.
Con el poder de su canción, hizo que el cristal en la ventana traqueteara y la
ansiedad en mi pecho creciera.
En mi mente, andaba por el bosque junto a la
chica, me sentaba a su lado cuando sus piernas cedían y chillaba cuando ella
gritaba que no quería soledad. Yo miraba a nuestro alrededor buscando algo con
que poder ayudarla a encontrar el calor. Pero solo me sentía más fría con cada
segundo, y sentía las lágrimas correr por mis mejillas. Mi cabeza, pegada a una
almohada mojada, me evitaba pensar en la luz del día siguiente, solo me dejaba
adentrarme en la soledad de la película. Consiguió hacerme caer. Abrí los ojos
y la sombra en el techo estaba pegada a mi cara. No pude chillar, ya que el
silbido del viento me quitó la voz.
El bosque, la oscuridad y la chica ya no eran
parte de una película, sino de mis memorias de aquellos días viviendo en la
soledad.