Ojalá fuera tan
simple, retar al propio destino y clavarle la espada en el estómago. Estamos
sujetos con una cuerda que no nos decidimos a cortar porque no sabemos qué
hacer sin ella. Ojala creyéramos en los días infinitos y en el calor de los
domingos, que no solo nos arrastran al lunes, sino que nos permiten pasar
momentos en silencio.
Ojalá no
estuviéramos sujetos al pasado ni charlando con el mañana. El calendario podría
ver a los días corriendo junto a la lluvia, en vez de tirados en sofá mirando
al suelo sucio. Ojalá existiera la complicidad entre la mente y el corazón,
esos dos órganos que en vez de ayudar a los días, les mete en un laberinto.
Ojalá los cambios fueran acorde con el tiempo, en vez de rotos en la cama por
la noche intentando escribir poemas.