Llegamos vestidos con ropa de colores, pintados de rojo como si hubiéramos sangrado, con faldas y capas para disimular la normalidad por tan solo una noche. El local ya está lleno de caras familiares escondidas detrás del maquillaje; reconozco conversaciones a mi alrededor mientras la música se hace cada vez más presente en ese pequeño lugar y el olor a tabaco se funde entre la gente. Veo todas las miradas menos la tuya, aunque a penas la conocía. Siguen las palabras sin sentido y las fotos destinadas a los álbumes. Me muevo entre la pequeña multitud y al fin apareces ante mis ojos, radiante, injustamente elegante vestido para la fiesta que se celebra. Y yo con los lazos en el pelo me pongo más roja que la nariz que debería llevar. Hablamos, como si el tiempo fuera inifito.
La melodía se para y salimos corriendo al aire de otoño, sin rumbo, deseando que las estrellas nos guíen. La luna me ayuda a disimular las mariposas flotando en el estómago y esas ganas inocentes de quedarme sentada a tu lado en una roca y dejar que el tiempo se caiga al asfalto.
Llega medianoche, esa hora que todo lo cuenta, esos números en el reloj que indican que el amanecer de una nueva historia está a punto de llegar. Es como un cuento, tú eres el caballero vestido de blanco y con pajarita que le quita el frío a la chica que se ha quedado sin palabras.
Y, en un momento, sin ser conscientes de ello, el 1 de noviembre es el primer capítulo en nuestro libro de amor. El callejón queda marcado con nuestro beso desconocido y nuestras mejillas por el aire que nos rodea.
Acaba la noche de pesadillas con un sueño que acaba de comenzar y con dos corazones con un nuevo latido.
viernes, 30 de octubre de 2015
jueves, 22 de octubre de 2015
Sentada en el por qué
Sentada en la mesa y con las manos en
la cabeza no puede decidir qué le duele más: el corazón reparando las
cicatrices o la cabeza dando vueltas y vueltas a las palabras de "Ya nada
volverá a ser como antes".
Sus piernas tiemblan, porque ha tenido que correr a casa para no caerse en la nieve y disolverse en un eterno rencor. Sus ojos están cerrados, para no ver la carta arrugada que su conciencia no ha dejado de leer. La carta que tiene las palabras por las que un día ella había guiado su vida marcadas en negro "Todo pasa por una razón". Ahora las maldice y las intenta borrar con el vaho que se forma con el frio invierno. "¿Si todo pasa por una razón, por qué estoy aquí y no allí? ¿Por qué no puedo pasar página? ¿Por qué no dejo que alguien vea el marrón de mis ojos y me digan que son bonitos?" Sus ojos, los culpables de este tornado. Su mirada es la causante de sus penas, la que decidió dar un paso adelante cuando la cuerda de inseguridad la sujetaba. Si sus ojos hubieran visto la cuerda, la hubieran parado, la hubieran gritado y dicho que lo único que la acechaba era un error, que el "sí" que le escaparon sus labios era falso, aunque su mente lo proclamaba verdadero. Ese "sí" hizo daño, un daño que su conciencia no había visto venir, pero que ahora es lo único que existe en el fondo de sus noches.
Sus labios tiemblan, asustados de las palabras que acaban de decir, tristes porque saben que ya nada va a ser igual, que por mucho que sonrían, pretendan o platiquen, el lazo que había entre el otoño y el invierno no volverá a ser atado igual de fuerte.
Curando las heridas que la distancia ha creado, su corazón la pide perdón. Perdón por no saber cómo quitar los ladrillos, perdón por no aguantar y explotar. Sentada en la mesa y con las manos en la cabeza, lo único que puede hacer es decirle a su querido corazón que no hay nada que perdonar, que sabía lo que ha venido y lo que vendrá.
jueves, 8 de octubre de 2015
Espejo
Hablando con el espejo, me dije que nunca más buscaría las flores entre las espinas. Observando mis ojos, prometí a mi mirada no ver finales felices donde no los hay. Mirando mis labios rosados, formulé las palabras "la felicidad no se busca." Y viendo mis hombros moverse al respirar, suspiré en alto "ella aparece cuando todo está perdido y el cielo está gris."
Giré la cabeza y miré por la ventana; el cielo no estaba gris, sino rosa. Me acercé al borde de madera y olí el otoño en el viento. Apoyé mi cuello en el borde del marco de la ventana y vi las ojas caer. Todo cae, incluso las personas. Pero como las hojas de octubre, las personas caen y están rodeadas de colores, que poco a poco se mezclan con los días y se convierten en el precioso mantel que cubre las mañanas.
El cielo rosado estaba oscureciendo, pero no me daba miedo enfrentarme a la noche. Cerré los ojos y escuché los sonidos del pequeño barrio en medio de la ciudad. Con cada pisada, ladrido y rueda que sonaba junto al viento, me adrentré en una monotonía llena de simpleza. Mi mente se fue de la esquina con el espejo y se llegó a el final de aquel libro que no acaba con campanas y besos, si no con la realización que la vida se mueve con precisión, y nos da felicidad y tristeza a la vez, para regalarlos el don de caernos y levantarnos.
Giré la cabeza y miré por la ventana; el cielo no estaba gris, sino rosa. Me acercé al borde de madera y olí el otoño en el viento. Apoyé mi cuello en el borde del marco de la ventana y vi las ojas caer. Todo cae, incluso las personas. Pero como las hojas de octubre, las personas caen y están rodeadas de colores, que poco a poco se mezclan con los días y se convierten en el precioso mantel que cubre las mañanas.
El cielo rosado estaba oscureciendo, pero no me daba miedo enfrentarme a la noche. Cerré los ojos y escuché los sonidos del pequeño barrio en medio de la ciudad. Con cada pisada, ladrido y rueda que sonaba junto al viento, me adrentré en una monotonía llena de simpleza. Mi mente se fue de la esquina con el espejo y se llegó a el final de aquel libro que no acaba con campanas y besos, si no con la realización que la vida se mueve con precisión, y nos da felicidad y tristeza a la vez, para regalarlos el don de caernos y levantarnos.
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