martes, 18 de agosto de 2015

Creencias en el tiempo

Intento no mirar el calendario, pero mis ojos me traicionan y observan el camino de aquel tren en un día lluvioso. La fecha se burla de mí, cambiando un número entre los últimos y riéndose mientras mi corazón revive la cicatriz que un agosto dejó. A la par con mis memorias volviendo a aquella estación, mis manos tiemblan por no poder evitar tocar aquel billete de tren, el cual me condujo lejos de la primera sonrisa que calentó mi corazón. Susurro que el destino me llevó a donde quiso, sin tener en cuenta mis prioridades. Grito que el maldito me hizo estar en una tormenta impasible durante meses, y que todavía a veces llueven lágrimas de mi corazón roto. 

Intento acariciar mi diario y decirle que ahora vuelvo a sonreír. Pero sus entradas escritas por mi mano me comentan que como el primer amor no hay ninguno y que mi cuerpo lo echará de menos siempre. Sé que tiene razón, parte de mis escrituras siempre serán de aquella historia que acabó un 18 de agosto, y las estrellas de mi cuarto serán las que me digan que parte de la felicidad reside entre las montañas, pero que de vez en cuando vuela y me vuelve a encontrar.

jueves, 13 de agosto de 2015

Viajando junto al viento

En el coche, con el viento entrando por la ventana y la ciudad llamada "casa" detrás de pensamientos, fui adelante mano a mano con la incertidumbre y bonita soledad. Vi maravillas del mundo vestidas con agua y rugidos; rugí junto a ellas para sentir el poder de ser grande. Dormí debajo de las estrellas junto al césped y corazones que latían con la misma sangre impaciente. Miré al fuego con certeza y escribí mis historias en hojas caídas a mis lados.

Conduje lejos de lo conocido y me adentré en ciudades canadienses y barrios decorados por el habla francesa y el té de colores. Canadá sorprendió con tranquilidad y ríos que hablaban de experiencias diferentes en tierras  nuevas. Caminé entre las calles de Ottawa, las cuales sonaban a alegría de inocentes y pasión de ingenuos. Corrí entre los tejados verdes y dejé mi ansiedad por los planes imperfectos en las piedras del rio nórdico. Subí hasta la mezcla entre Europa y América y llegué a Montreal, la cual bailó conmigo hasta que las pinturas de las galerías se convirtieron en realidad. Moví los pies al ritmo que la ciudad me enseñaba y las caderas a la melodía que la noche susurraba entre estrellas y edificios irlandeses. El baile acabó con una nueva canción imprenta en mi mente. 

El coche me guio hasta rincones en la memoria y comidas entre los bosques llenas de risas y amistades esperadas. Soñé con la ciudad que nunca duerme y cuando desperté estaba inmersa en ella. Descubrí la fascinación por la presteza de caminar entre tienda y recoveco y entendí el porqué de la maravilla de un parque entre los edificios más grandiosos de Nueva York. Adiviné el acertijo que las calles proponían y fui capaz de averiguar cómo pasar entre persona y persona y vivir sus historias. El puente de Brooklyn fue mi compañero cuando el sol estaba en el techo de los edificios, y la Estatua de la Libertad se escondió de mis ojos cuando quise admirar su belleza histórica. Viví historias entre mares de diversidad y lamenté cuando la aventura declaró su final.